Diario del Búnquer por Whitney Albert
Linus,
un joven de dieciséis años que vive en Londres, se despierta un día atontado,
confundido y temeroso en un búnker. Sin ventanas, ni puertas ni ningún tipo de
comunicación con el exterior. Lo han secuestrado. No entiende por qué. Nadie se
comunica con él. Su único contacto con el exterior es un ascensor que baja cada
mañana con provisiones.
Días
más tarde oye el ascensor y atemorizado se esconde, y cuando se dio cuenta apareció
una niña de nueve años, la Jenny. Días más tarde aparecen otras personas a las
que también han secuestrado, o eso creían ellos.
Seis
habitaciones, seis camas, seis todo. Un numero complejo, par y confuso.
No
tienen nada en común entre ellos. Son
totalmente diferentes. Nadie sabe dónde están, que va a ser de ellos y, sobre
todo, ¿Qué quiere el secuestrador, si es que han sido secuestrados?
Lo
que no sabían es que todo aquello en lo que creían, todo aquello que sospechaban
que era cierto, terminó por desaparecer. Eran diferentes porque eran cada uno
especial por algo, eran elegidos. Habían sido observados, vigilados y
estudiados durante mucho tiempo. Todos tenían algo que “el secuestrador”
quería, y lo que tampoco sabían, es que todo aquello que creían conocer había desaparecido.
Allí donde se encuentra el fin del mundo estaban ellos.
Empezaron
una nueva etapa, entre motines, enfrentamientos y esperanzas dentro de aquellas
frías, grises y gruesas paredes. EL reloj
titilaba en la pared, frío, reducido, roto. El tictac se hacía cada vez más
insoportable mientras el tiempo se detenía en un amago de despedida. Las
palabras son siempre difíciles de definir, de delimitar. A veces se mueven con
el fuego y no queman, son tibias como un abrazo que ahorca, dormido, solo,
oscuro. La soledad les acompañaba sin decir nada.
Un día el
silencio se le presentó a Linus y se le escapaba entre las paredes, cruzando el
suelo como un ave, “libre” por así decirlo. Su sombra dejo de obedecer sus
órdenes y lo siguió con presteza absoluta. Todo fue tan rápido, que la
habitación comenzó a dar vueltas. Hasta la más absoluta soledad le había dejado
solo. Agonizando en un sufrimiento de desesperación puso fin a su corta
existencia.
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